Por tener
algo de ella, adopte su lema: “Salvemos al mixtolobo”. Y pensando en la
recompensa de su cuerpo, me ofrecí a participar en una velada de boxeo para recaudar
fondos.
Sólo fue
empezar y mi contrincante, amante de lo pugilístico y dispuesto a lucirse a mi
costa, me enseñó lo que era un jab,
un crochet o un uppercut. Y mientras él pegaba, y yo pensaba que mi estupidez no
tenía límite, la campana marcó el final de aquel suplicio.
Aturdido
busqué mi rincón y, apenas había recuperado el resuello cuando sonó el aviso.
— ¡Segundos,
fuera!
Dispuesto a
aguantar la que se me venía encima, cubrí mi cuerpo como pude y tras recibir una
nueva tanda de golpes, y un inesperado “gancho” al mentón, me desplomé y todo
quedó sin luz.
Y al
despertar comprendí, por su mirada, que el único polvo que obtendría sería el
adherido a mi maltrecho cuerpo, al besar la lona.